miércoles, 18 de mayo de 2011

Entre espigas y rosas - Parte I

El centellante sol estaba en su punto más álgido, las pocas nubes en el horizonte formaban figuras amorfas, que se le antojaban burlonas y descaradas, cuando con otro ánimo pudo haberlas observado diferentes, como motas de algodón, suaves y brillantes. Con el calor sofocante que hacía, ya era irremediable luchar, con 35 grados a la sombra, su dificultad para respirar era evidente, aunque por todo lo que le estaba sucediendo, o estaba por sucederle la sensación de ahogo no la iba abandonar por mucho tiempo.

En retrospectiva no es difícil ver los sucesos sin la emotividad del momento, o el calor de los acontecimientos; quizás se desvanece en el tiempo el dolor, el intenso sentimiento de aflicción y pierde toda la fuerza impulsora de lastimeras  lágrimas... y era justamente las lágrimas, las quejumbrosas lágrimas las que debía evitar a toda costa en ese desdichado instante.  Con paso firme se dirigió su cuerpo hacia lo inevitable, porque su mente y adolorida alma no la acompañaban, trataba con todas sus fuerzas, las que le quedaba, de sentir otra cosa que no fuera sufrimiento y pesar; pero le era inútil. Nada la había preparado para aquel instante, sentía que un suplicio en el purgatorio de seguro era más fácil que lo que se le venía encima.

El trayecto de donde debía estacionar su espaciosa camioneta (a la que ella le llamaba "El Autobús", por ser ésta tan grande) hasta la puerta del edificio no era más de cien metros, sin embargo, pudo repasar con nostalgia parte de su historia reciente. ¿Cómo pudo llegar a tal estado de desconcierto una relación que aparentaba estar en una constante luna de miel? Aunque por supuesto no en los últimos ¿qué, diez años? ¿Acaso no todas las parejas pasaban por un apasionado verano, antes de sucumbir al más temible de los inviernos? ¿Qué fue de las otras dos estaciones?  "¡Qué pareja tan tierna y unida!" se podía decir que era el coro de sus allegados, "son inseparables y amorosos", comentaban los más osados, "él no tiene ojos sino para ella", observaban los más cegatos. Claro, siempre hubo quién con maliciosa envidia llegó a sentenciar el propio día de la modesta boda: "Les doy dos años", lo cual  no estaría incrustado en su memoria quince años después de no ser su nuevo "hermano" el autor de dicha sentencia...

1 comentario:

Cátedra Edición y Estilo II dijo...

Un texto con mucho sentimiento, se nota que quien escribe conoce el tema