"Mi esposo será alto, morocho y sin madre, y
nunca nada se interpondrá entre nosotros."
Susanita
En una oportunidad conversando
con un gran amigo me dijo que yo era la propia “Susanita” del mundo, para lo
cual asombrada de su descripción hacia mi persona, solo atiné a decir, “pero si
yo me creía era una Mafalda, preocupada por la humanidad y la paz
mundial, rebelándome contra el mundo legado por sus
antecesores...”
No tenía idea del por qué mi
amigo me veía con las características de la típica Susanita: pedante, clasista,
egoísta, perspicaz y pícara, además de snob; definitivamente yo no podía personificar
tal capricho de la naturaleza.
Pero indagando en dicho
personaje descubrí que Susanita tienía otro rasgo, que en realidad era el que veía mi amigo. El
objetivo en la vida de Susanita era el de tener un marido y muchos hijos Y sin que yo lo mencionara alguna vez en voz
alta, mi amigo se percató _ en dicha conversación
_ que era precisamente eso, el rol clásicamente asociado a la mujer
doméstica, la manera que me definía a mi misma como mujer.
La cabeza me daba vuelta cada
vez que me acordaba de eso. Hasta que me topé con un artículo del psicólogo
César Landaeta, donde habla precisamente del Síndrome de Susanita. Debo admitir
que fue un balde de agua fría darme cuenta de lo mucho que me acerqué con mis acciones y pensamientos a lo que dice
el especialista; sin embargo, también debo darme crédito, al estar consciente de
mi propia superación.
Landaeta explica que las
mujeres aquejadas del síndrome de Susanita son aquellas que se han adherido
fielmente a la causa de los juegos florales, de las casas de muñecas y de los
finales felices de los melodramas de Corín Tellado.
Yo pregunto: ¿A qué mujer no le
gusta un hermoso ramo de flores? Y ¿a qué niña no le gusta una casa de muñecas?
Leí muy poco a Corín Tellado, no me parecía realista; pero aún me derriten los
cuentos de Disney y sus finales felices. (Por favor, ¡no me juzguen por eso!).
Continua el psicólogo diciendo
que “ellas están profundamente convencidas de que “sin boda no hay vida”, y a
través de esa óptica canalizan casi todos sus impulsos vitales”.
Está bien, me casé joven, eso
no es un delito: Sólo porque el amor llamó a mi puerta cuando apenas salía de
la adolescencia no me define como una Susanita; que yo sepa casarse a esas
edades es lo típico en los países latinoamericanos, se trata de algo cultural.
Además lo hice “como Dios manda”, virgen, por la iglesia y con vestido blanco.
Mi madre decía, mientras el auto hacía el recorrido a la “boda de ensueño” (eso
fue sarcasmo), “qué importa si la ascensorista creyó que ibas hacer tu Primera
Comunión, lo importante es que te vieron salir de tu casa “adecuadamente”
y no como a otras chicas de la urbanización, preñadas o escapadas, ¡qué horror!”.
Según Landaeta, el inapelable instructivo
familiar con el cual se han formado las Susanitas, es el que buscan siempre al <<buen
partido>>, el cual debe reunir condiciones que superan con creces lo
estrictamente económico.
Aquí debo darle un parado al
asunto, porque viendo en retrospectiva, en ese momento de mi vida, mi
concentración y esfuerzo se encontraban
en ser Yo ese <<buen partido>>, y no para otro, sino para mí misma.
Deseaba con todo mi corazón (además de dos trabajo – uno en la mañana, otro en
la tarde_ y asistir a la universidad en la noche), ser una profesional y
superar la media de estudios en casa, porque el único que se había graduado era
un tío materno (el mismo que me llevó hasta el altar). Los demás solo tenían aprobado
primaria; eso incluía a mis padres.
Trabajé desde los 12 años,
limpiando los días de semana las casas de las amigas de mi madre y vendiendo en
tiendas por departamento, en el centro de la ciudad los fines de semana. Por
supuesto, que para mí el concepto de “vacaciones” está íntimamente ligado al concepto
de trabajo y no al de diversión o esparcimiento.
No me quejo, porque con lo que
ganaba me pagué mi bachillerato y aun cuando no fui tan “brillante” como para
obtener las notas necesarias para la carrera que deseaba estudiar, ingresé a
una universidad por mis propios méritos (y mi propio dinero).
Continuando con lo que dice el
psicólogo _en cuanto a la búsqueda del marido_ en su artículo diceque, las
Susanitas, tienen una lista de chequeo personal, en donde existen categorías a
menudo muy definidas, como por ejemplo, que sea aseado, casero, abstemio,
religioso, entregado, fiel y obediente. En resumen, un hombre muy al estilo de
la <<perfecta ama de casa>>, pero en masculino.
¿Existe alguna mujer que lea
todo esto y niegue algo de esa “lista”? Seamos sinceras, con veinte años de
edad, ¿cómo describirías a tu hombre ideal?
Además, el especialista afirma
que las aspiraciones de las Susanitas
son hacer con ese <<príncipe azul>> un nido de amor
perdurable _ e impecable_, y son capaces de cualquier proeza o entrega con tal
de realizar el sueño.
Ahora soy yo quien no puede negarlo; con tal de hacer validar un sueño olvidé otro. Mi flamante esposo
había terminado su duro postgrado de neurocirugía, ¡qué orgullosa me sentía!,
porque estuve allí con él, sabía todo el esfuerzo _ guardias de 36 horas
seguidas, exámenes, horas parado frente a una mesa de quirófano, etc_ y
sacrificios, que significó la culminación de esa meta, de hecho para ambos, porque
su sueldo no nos alcanzaba ni para el mercado.
¡ok! No me señalen, sé que
cuando me pidió que dejara de trabajar, lo sentí como un halago. “Mi abusa (así
me llamaba), para qué vas a trabajar, si te quedas en casa, tendrás más tiempo
para estudiar, además cuando yo llegue del hospital no tengo que esperarte, más
bien me esperas tu con la comida servida”.
¿En qué clase de nebulosa me
encontraba yo, cuando creí que lo que me decía era “romántico”? Pero peor fue
cuando el susodicho consideró que la ciudad donde vivíamos _ la capital_ no le
daría la oportunidad laboral que él esperaba, solo abrió la boca, _ propuso una
mudanza de 500 km _y yo ya estaba haciendo las maletas para ir en busca de las
metas de “ambos”.
Y así fue que aterricé en una “ciudad”
con 4 calles, un cine destartalado, una población cuya idiosincrasia jamás pude
adherirme y no tenía, para ese entonces,
la facultad de derecho para continuar mis estudios. Sin contar que tampoco tenía
familia ni amigos en el lugar. Si, ya pueden decirme lo que piensan, “en nombre
del amor” yo era una ¡IDIOTA!
O lo mismo que dice mi amigo
César (ya debería tutearlo ¿no?, “en sus mentes existen espacios enormes para
la ensoñación amorosa y en ellos albergan toda la fantasía que les pueda
permitir el rango de la normalidad”.
También dice, que “por lo
común, estas mujeres tienen una <<hora señalada>> o plazo fijo para
alcanzar sus metas matrimoniales y maternales”.
Ya dejé claro el asunto del
matrimonio... ahora lo de la maternidad fue curioso, es decir, soñaba con tener un bebé en mi “panza” cuando jugaba con
mis hermanitas, ¿acaso las niñas de ahora no lo hacen?; pero ya era una adulta, casada, era el siguiente
paso ¿no?
No es que estaba desesperada
por el famoso “reloj biológico”. Creo que me cansé de verme sola en un
apartamento todo el día, esperando a que llegara mi adorado y ocupado esposo;
es cuando comenzó el sueño recurrente de
tener un bebé. Sólo pensé que tenía con quien hacerlo realidad después de todo.
Una personita a quien brindarle
todo mi amor, cariño y atención. Dos años después llegó otro hermoso miembro a la
familia. Realmente desbordaba felicidad, aunque el asunto ese, de ser
profesional y valerme por mi misma, de vez en cuando se presentaba como un
vacío que tocaba las puertas de mi corazón, y era en ese instante que hacía
exactamente lo que Landaeta describe como “poner mi máximo esfuerzo por ser la esposa y madre ideal”.
Entregada denodadamente al
servicio de la casa, del marido y de los hijos, la “madre abnegada” ¡pues! sobreprotectora,
hipersensible y omnipresente para la familia.
El psicólogo también considera
que las Susanitas luchan a brazo partido por mantener la vigencia de la unión,
al precio que haya que pagar.
En este punto le doy todo el
crédito al especialista, porque aun cuando mi esposo no tenía tiempo, más que
para su trabajo, y siempre se sentía cansado, ya fuera para compartir una cena
o la cama, no me percaté que ello se convirtió en lo normal. Como también lo
fue las impertinentes y constantes intervenciones de la familia, al grado de
aceptar agresiones físicas y psicológicas de ella, nunca pasó por mi “sistema
operativo mental” la idea del divorcio.
La sola mención de tan temido
espectro, me erizaba la piel, tal y como lo describe Landaeta.
Llegó un momento en que el “matrimonio
feliz” _solo en mis sueños_ se convirtió en una verdadera pesadilla, en una
enfermiza relación de codependencia emocional y supongo que sin una eficiente
comunicación, la infidelidad era hasta cierto punto inevitable... lo cual fue
la gota que derramó el vaso. Pero eso se los cuento en otra ocasión.
En la actualidad creo haber
superado muchas cosas y poseer una combinación sana entre Susanita y Mafalda. Soy
tan ingeniosa como irreverente, tan reflexiva como contestataria,
sin dejar de lado mi sentido de fantasía con respecto al hogar, la maternidad y
el amor de pareja.
Yosmar Herrera @yosmarherrera