lunes, 25 de febrero de 2013

El Síndrome de Susanita


"Mi esposo será alto, morocho y sin madre, y nunca nada se interpondrá entre nosotros." Susanita

En una oportunidad conversando con un gran amigo me dijo que yo era la propia “Susanita” del mundo, para lo cual asombrada de su descripción hacia mi persona, solo atiné a decir, “pero si yo me creía era una Mafalda, preocupada por la humanidad y la paz mundial,  rebelándome  contra el mundo legado por sus antecesores...”

No tenía idea del por qué mi amigo me veía con las características de la típica Susanita: pedante, clasista, egoísta, perspicaz y pícara, además de  snob; definitivamente yo no podía personificar tal capricho de la naturaleza.

Pero indagando en dicho personaje descubrí que Susanita tienía otro rasgo, que  en realidad era el que veía mi amigo. El objetivo en la vida de Susanita era el de tener un marido y muchos hijos  Y sin que yo lo mencionara alguna vez en voz alta, mi amigo se percató _ en dicha  conversación  _ que era precisamente eso,  el rol clásicamente asociado a la mujer doméstica, la manera que me definía a mi misma como mujer.

La cabeza me daba vuelta cada vez que me acordaba de eso. Hasta que me topé con un artículo del psicólogo César Landaeta, donde habla precisamente del Síndrome de Susanita. Debo admitir que fue un balde de agua fría darme cuenta de lo mucho que me acerqué  con mis acciones y pensamientos a lo que dice el especialista; sin embargo, también debo darme crédito, al estar consciente de mi propia superación.

Landaeta explica que las mujeres aquejadas del síndrome de Susanita son aquellas que se han adherido fielmente a la causa de los juegos florales, de las casas de muñecas y de los finales felices de los melodramas de Corín Tellado.

Yo pregunto: ¿A qué mujer no le gusta un hermoso ramo de flores? Y ¿a qué niña no le gusta una casa de muñecas? Leí muy poco a Corín Tellado, no me parecía realista; pero aún me derriten los cuentos de Disney y sus finales felices. (Por favor, ¡no me juzguen por eso!).

Continua el psicólogo diciendo que “ellas están profundamente convencidas de que “sin boda no hay vida”, y a través de esa óptica canalizan casi todos sus impulsos vitales”.

Está bien, me casé joven, eso no es un delito: Sólo porque el amor llamó a mi puerta cuando apenas salía de la adolescencia no me define como una Susanita; que yo sepa casarse a esas edades es lo típico en los países latinoamericanos, se trata de algo cultural. Además lo hice “como Dios manda”, virgen, por la iglesia y con vestido blanco. Mi madre decía, mientras el auto hacía el recorrido a la “boda de ensueño” (eso fue sarcasmo), “qué importa si la ascensorista creyó que ibas hacer tu Primera Comunión, lo importante es que te vieron salir de tu casa “adecuadamente” y no como a otras chicas de la urbanización, preñadas o escapadas, ¡qué horror!”.

Según Landaeta, el inapelable instructivo familiar con el cual se han formado las Susanitas, es el que buscan siempre al <<buen partido>>, el cual debe reunir condiciones que superan con creces lo estrictamente económico.

Aquí debo darle un parado al asunto, porque viendo en retrospectiva, en ese momento de mi vida, mi concentración y esfuerzo  se encontraban en ser Yo ese <<buen partido>>, y no para otro, sino para mí misma. Deseaba con todo mi corazón (además de dos trabajo – uno en la mañana, otro en la tarde_ y asistir a la universidad en la noche), ser una profesional y superar la media de estudios en casa, porque el único que se había graduado era un tío materno (el mismo que me llevó hasta el altar). Los demás solo tenían aprobado primaria; eso incluía a mis padres.

Trabajé desde los 12 años, limpiando los días de semana las casas de las amigas de mi madre y vendiendo en tiendas por departamento, en el centro de la ciudad los fines de semana. Por supuesto, que para mí el concepto de “vacaciones” está íntimamente ligado al concepto de trabajo y no al de diversión o esparcimiento.

No me quejo, porque con lo que ganaba me pagué mi bachillerato y aun cuando no fui tan “brillante” como para obtener las notas necesarias para la carrera que deseaba estudiar, ingresé a una universidad por mis propios méritos (y mi propio dinero).
Continuando con lo que dice el psicólogo _en cuanto a la búsqueda del marido_ en su artículo diceque, las Susanitas, tienen una lista de chequeo personal, en donde existen categorías a menudo muy definidas, como por ejemplo, que sea aseado, casero, abstemio, religioso, entregado, fiel y obediente. En resumen, un hombre muy al estilo de la <<perfecta ama de casa>>, pero en masculino.

¿Existe alguna mujer que lea todo esto y niegue algo de esa “lista”? Seamos sinceras, con veinte años de edad, ¿cómo describirías a tu hombre ideal?
Además, el especialista afirma que las aspiraciones de las Susanitas  son hacer con ese <<príncipe azul>> un nido de amor perdurable _ e impecable_, y son capaces de cualquier proeza o entrega con tal de realizar el sueño.

Ahora soy yo quien no puede negarlo; con tal de hacer validar un sueño olvidé otro. Mi flamante esposo había terminado su duro postgrado de neurocirugía, ¡qué orgullosa me sentía!, porque estuve allí con él, sabía todo el esfuerzo _ guardias de 36 horas seguidas, exámenes, horas parado frente a una mesa de quirófano, etc_ y sacrificios, que significó la culminación de esa meta, de hecho para ambos, porque su sueldo no nos alcanzaba ni para el mercado.

¡ok! No me señalen, sé que cuando me pidió que dejara de trabajar, lo sentí como un halago. “Mi abusa (así me llamaba), para qué vas a trabajar, si te quedas en casa, tendrás más tiempo para estudiar, además cuando yo llegue del hospital no tengo que esperarte, más bien me esperas tu con la comida servida”.

¿En qué clase de nebulosa me encontraba yo, cuando creí que lo que me decía era “romántico”? Pero peor fue cuando el susodicho consideró que la ciudad donde vivíamos _ la capital_ no le daría la oportunidad laboral que él esperaba, solo abrió la boca, _ propuso una mudanza de 500 km _y yo ya estaba haciendo las maletas para ir en busca de las metas de “ambos”.

Y así fue que aterricé en una “ciudad” con 4 calles, un cine destartalado, una población cuya idiosincrasia jamás pude adherirme  y no tenía, para ese entonces, la facultad de derecho para continuar mis estudios. Sin contar que tampoco tenía familia ni amigos en el lugar. Si, ya pueden decirme lo que piensan, “en nombre del amor” yo era una ¡IDIOTA!

O lo mismo que dice mi amigo César (ya debería tutearlo ¿no?, “en sus mentes existen espacios enormes para la ensoñación amorosa y en ellos albergan toda la fantasía que les pueda permitir el rango de la normalidad”.

También dice, que “por lo común, estas mujeres tienen una <<hora señalada>> o plazo fijo para alcanzar sus metas matrimoniales y maternales”.

Ya dejé claro el asunto del matrimonio... ahora lo de la maternidad fue curioso, es decir, soñaba  con tener un bebé en mi “panza” cuando jugaba con mis hermanitas, ¿acaso las niñas de ahora no lo hacen?; pero  ya era una adulta, casada, era el siguiente paso ¿no?
No es que estaba desesperada por el famoso “reloj biológico”. Creo que me cansé de verme sola en un apartamento todo el día, esperando a que llegara mi adorado y ocupado esposo; es cuando comenzó  el sueño recurrente de tener un bebé. Sólo pensé que tenía con quien hacerlo realidad después de todo.

Una personita a quien brindarle todo mi amor, cariño y atención. Dos años después llegó otro hermoso miembro a la familia. Realmente desbordaba felicidad, aunque el asunto ese, de ser profesional y valerme por mi misma, de vez en cuando se presentaba como un vacío que tocaba las puertas de mi corazón, y era en ese instante que hacía exactamente lo que Landaeta describe como “poner mi máximo  esfuerzo por ser la esposa y madre ideal”.
Entregada denodadamente al servicio de la casa, del marido y de los hijos, la “madre abnegada” ¡pues! sobreprotectora, hipersensible y omnipresente para la familia.

El psicólogo también considera que las Susanitas luchan a brazo partido por mantener la vigencia de la unión, al precio que haya que pagar.

En este punto le doy todo el crédito al especialista, porque aun cuando mi esposo no tenía tiempo, más que para su trabajo, y siempre se sentía cansado, ya fuera para compartir una cena o la cama, no me percaté que ello se convirtió en lo normal. Como también lo fue las impertinentes y constantes intervenciones de la familia, al grado de aceptar agresiones físicas y psicológicas de ella, nunca pasó por mi “sistema operativo mental” la idea del divorcio.

La sola mención de tan temido espectro, me erizaba la piel, tal y como lo describe Landaeta.
Llegó un momento en que el “matrimonio feliz” _solo en mis sueños_ se convirtió en una verdadera pesadilla, en una enfermiza relación de codependencia emocional y supongo que sin una eficiente comunicación, la infidelidad era hasta cierto punto inevitable... lo cual fue la gota que derramó el vaso. Pero eso se los cuento en otra ocasión.

En la actualidad creo haber superado muchas cosas y poseer una combinación sana entre Susanita y Mafalda. Soy tan  ingeniosa como irreverente, tan reflexiva como contestataria, sin dejar de lado mi sentido de fantasía con respecto al hogar, la maternidad y el amor de pareja.

Yosmar Herrera @yosmarherrera







1 comentario:

Cátedra Edición y Estilo II dijo...

Esos son los escritos que me gustan de ti, y que bueno que un amigo sirvió de inspiración